domingo, 3 de febrero de 2013

Venecia

Venecia en la Historia 
Imagen del siglo quince de Venecia que muestra al Palacio Ducal y la cuenca de San Marcos.

I - El Nacimiento de Venecia



"La ciudad más triunfante en la que he puesto los ojos" - esa era la impresión de Phillipe de Commynes sobre Venecia en 1495. El noble viajero y embajador francés no estaba exagerando. Al momento de su visita, Venecia era una potencia mundial, la ciudad-estado más fuerte de Italia, uno de los estados más ricos de Europa, y la potencia naval dominante en el Mediterráneo. Su frontera continental se extiendía desde el Lago Como en el occidente hasta Trieste en el Oriente - incluyendo a ciudades cómo Verona, Vicenza, Padua, Bergamo, Brescia, y Treviso - y su imperio de ultramar llegaba hasta Turquía. Poseía la costa dálmata, parte de Albania, toda Corfú, la mayoría de las islas Jonicas, varios puertos en el Poloponeso, Creta, Chipre, varias islas egeas, y un gran trozo de Anatolia. Además tenía barrios enteros en ciudades tan ricas cómo Alejandría, Jerusalén, Sidón, y Tiro, y tenía puestos comerciales tan lejos como en el Mar Negro y el Océano Índico. La población de su imperio de 3.500.000 era más grande que la de Gran Bretaña,  y su duque, o magistrado principal, también se jactaba de ser el el gobernante de "un cuarto y la mitad de un cuarto del Imperio Romano".
La ciudad isla era el mayor mercado y centro financiero del mundo occidental, y el mayor puerto de entrada a Europa de productos de Arabia, China y las Indias. Virtualmente cualquier cosa se podía comprar o vender en la Venecia del siglo quince: especias, oro, aceite, esclavos, seda, animales salvajes, joyas, pieles, estaño, cobre, acero, brocados, marfíl, ébano, galeones, pinturas, mosaicos. 
Flotas enteras estaban amarradas en los muelles venecianos. Para el final del siglo quince, el valor de las exportaciones venecianas sumaban 12 millones de ducados anuales, de los cuales 5 millones era puro lucro. 

El centro de este imperio comercial era el Rialto, el Wall Street de su época, y una de las ubicaciones del "Mercader de Venecia" de Shakespeare. En los pórticos alrededor de la Piazza San Giacomeno de Rialto, cientos de orfebres, mercaderes de joyas, cambiadores de dinero, y corredores de bienes hacían negocios. Ellos a su vez estaban rodeados de infinidad de negocios y "fondaci", o hoteles-bodegas. El inmenso "fondaco" de los alemanes, que estaba lleno de suabios, prusianos, sajones, y toda variedad de mercadería concebible, se erigía justo detrás del Puente Rialto. A cada lado del puente, a las orillas del Gran Canal se amontonaban cientos de pequeños barcos comerciantes, y los muelles repletos de estibadores. La actividad era incesante, y a veces se extendía hasta bien entrada la noche. Ningún puerto europeo podía compararse a Venecia en su apogeo, ni siquiera Génova o Brujas, sus principales rivales en el continente. 
Los otros grandes centros de la ciudad isla eran la inmensa Piazza San Marco. Aquí estaba la iglesia más importante de la república, la Basílica de San Marcos, foco tanto del fervor religioso como del sentimiento patriótico de los venecianos,  y Palacio Ducal, sede del gobierno altamente eficiente y paternalista. En los suntuosos salones del Palacio Ducal colgaban decenas de pinturas que representaban episodios heroicos de la historia veneciana.
Los títulos de algunos de estos lienzos gigantes nos dan una idea sobre lo que los venecianos pensaban sobre sí mismos: "Venecia Triunfante", "Venecia Gobernando al Mundo", "La Apoteosis de Venecia", "Venecia, la Reina del Adriático", y lienzos que representan las victorias venecianas sobre los francos, los griegos, los infieles, los genoveses, los paduanos y los albanos. 


Para 1495 la República Serenísima, cómo le gustaba llamarse a Venecia, gobernaba no sólo el mundo del comercio sino que también el mundo de las artes y la arquitectura, habiendo construido en sus islas algunos de los edificios, puentes y plazas más espléndidos que el mundo alguna vez a visto. La Venecia de finales del siglo quince parecía una visión milagrosa de domos relucientes, torres majestuosas, puentes ornamentados, elegantes plazas, elaborados palacios de mármol,  - "un esplendor comprimido" -, escribió el artista e historiador suizo Jacob Burckhardt, "donde la más rica decoración no obstaculiza el uso práctico de cada esquina del espacio". Trabajando para adornar estas estructuras estaban los pintores más grandes de todos los tiempos: Gentile y Giovanni Bellini, Carlo Crivelli, Vittore Carpaccio, Cima da Conegliano, y el incomparable Giorgione - a quienes pronto se les unirían Tiziano, Veronese, y Tintoretto. Se ha dicho que ningún pueblo en la historia ha dedicado tanto tiempo y dinero para embellecer su ciudad como hicieron los venecianos en los siglos quince y dieciséis. Y al hacerlo convirtieron a Venecia en uno de los momentos supremos del hombre occidental.
Pero el esplendor visual de Venecia no estaba confinado solamente a la pintura, la escultura o la arquitectura. Venecia también era una ciudad de elegante pompa,  pompa tal vez inigualada en los anales de la historia humana; torneos, regatas, flotillas de góndolas doradas, procesiones de senadores con túnicas escarlata y embajadores vestidos de blanco, y caballos con trenzados dorados y tafetán blanco. 
Las fundaciones de toda esta magnificencia eran el comercio marítimo veneciano, particularmente su comercio con el oriente. Este comercio lo hacía la mayor flota mercante del mundo y era protegido por la mayor armada del mundo: 300 buques de altamar tripulados por 8.000 marinos, 3.000 naves pequeñas llevando a 17.000 hombres,  y 45 galeones tripulados por otros 11.000 hombres. Los barcos eran construidos, equipados, y reparados en el gran Arsenale de la república,  dos millas de fortificaciones abarcando seis acres de cobertizos y astilleros - incuestionablemente la industria más grande del mundo renacentista. Unos 15.000 hombres trabajan en este astillero naval, donde cientos de barcos podían ser  construidos y reparados a la vez. 
La supremacía en altamar era confirmada simbólicamente cada día de la Ascensión, cuando se hacía la pompa más suntuosa de todas, el Matrimonio con el Mar. En este día el barco ceremonial del duque, el gran y dorado Bucintoro, zarparía desde Riva degli Schiavoni acompañado de fanfarrias de trompetas y cantos de los coros de las misas. El cuerpo de gobierno de la ciudad,  el Consejo de los Diez, todos los patricios y embajadores lo seguían en sus góndolas.
En Porto di Lido, donde el Adriático se unía a la laguna, el duque se pondría en la popa del dorado Bucintoro, levantaría una mano enjoyada, y dejaría caer un anillo dorado a las aguas declarando: "O mar, nos casamos contigo en señal de nuestro dominio verdadero y eterno." 
Para 1495, el matrimonio de Venecia con el Adriático se había convertido en una de las ceremonias más famosas de Europa.  
Los poderosos venían de largo y ancho para atestiguarla, y tanto como quinientas góndolas escoltaban al Bucintoro a través de la laguna. El festejo duraba días. Para observadores cómo Phillipe de Commynes no había ninguna duda de que el dominio veneciano sería eterno.

Sucesivas incursiones bárbaras terminando llevando a los cultos habitantes del norte de Italia a buscar refugio en la pantanosa laguna veneciana (arriba). Desplazando a los simples pescadores que habitaban en las planicies fangosas, los emigrados establecerían una sociedad única que perduraría durante más de un milenio. De hecho, para la época de la tercera invasión lombarda Venecia se había vuelto un paraíso para los continentales expulsados de sus vastas haciendas por jinetes cómo el de abajo.





Aunque el futuro de la ciudad isla no siempre había parecido seguro. En realidad a los venecianos les tomó más de mil años de lucha continua conseguir su posición de esplendor y dominio. Los primeros años de la república estuvieron marcados por el heroísmo y sacrificio, ya que los primeros venecianos empezaron sin nada. Eran refugiados del continente que habían escapado hacia la laguna huyendo de los bárbaros. Las islas en las que se asentaron - los residuos de tres ríos - no eran más que sumideros pantanosos casi inhabitables.

La historia del nacimiento de Venecia comienza con la muerte de Roma. A través de los siglos quinto, sexto y séptimo, invasores del norte - primero hunos, luego godos y lombardos - cruzaron la frontera del Danubio del Imperio Romano en olas sucesivas. Después llegaron hasta la península italiana,  derrotando a los ejércitos romanos, destruyendo ciudades romanas, apropiándose de vastos territorios, subyugando a las poblaciones nativas, y eventualmente depondiendo al emperador al emperador romano, poniendo así fin al imperio romano occidental. Durante estas violentas incursiones, los ciudadanos romanos de Concordia, Aquilea, Altinum, y lo que son Padua, Verona, y Vicenza - hombres y mujeres acostumbrados a la riqueza y el refinamiento - huyeron del continente hacia las islas de la laguna veneciana poco profunda, entonces habitada sólo por pescadores. Casiodoro, una cronista romano al servicio de la corte goda, describió que vivían cómo "aves de pantano, en nidos de juncos elevados sobre pilotes, para protegerse de las aguas." Desde el inicio hubieron fricciones entre los pescadores y los recién llegados más sofisticados. Los refugiados romanos ocasionalmente volvían al continente a reocupar sus villas abandonadas, sólo para ser otra vez forzados a volver a la laguna debido a otra invasión extranjera. Por suerte para los refugiados, los bárbaros eran malos nadadores y peores marinos, y así la laguna formó una defensa inexpugnable en contra ellos. De esta manera, y por defensa propia, los residuos de la humanidad se asentaron en los residuos de los ríos.
Cuándo los lombardos invadieron su sede continental, el arzobispo de Altinum huyó junto con su congregación a la isla de Torcello al norte de la laguna veneciana. Ahí fundó la catedral de Santa María Assunta, que hoy se erige detrás de la más pequeña Santa Fosca (arriba). El austero abside del siglo séptimo alberga una cantidad de mosaicos magníficos, todos añadidos siglos más tarde por artesanos venecianos trabajando a la manera bizantina. Desde su punto de vista ventajoso sobre los revestimientos de mármol resquebrajados (abajo) los doce Apóstoles miran abajo hacia el gran altar. Encima se levantan la enorme virgen y el niño, flotando serenanamente en un nimbo de oro mate.



La más destructiva de las invasiones bárbaras, la directamente responsable de la creación de Venecia, ocurrió en el 452 D.C cuándo el khan huno Atila, llamado "El azote de Dios," saqueó Aquilea luego de haber sido rechazado en las puertas de Roma. Los hunos, un pueblo salvaje de Asia central que adoraba a la espada como a un dios, había visto frustrados sus intentos de conquistar el oriente por la gran muralla de China y por ellos dirigió sus agresivas energías hacia el occidente, empujando frente a ellos a godos y vándalos. Atila se jactaba: " Dónde yo piso no vuelve a crecer el pasto", y casi cumplió con la premisa. Aquilea, una de las coudades más ricas más pobladas de ciudades romanas del Adriático, fue completamente destruida por sus tropas, juntos con otras cuarenta ciudades en la región conocida cómo Venetia. La mayoría de los habitantes de Aquilea perecieron o fueron tomados cautivos. Los otros se fueron al mar. 

Al principio los refugiados se asentaron en la costa de la laguna de 30 millas de largo, en lugares que hoy se conocen cómo Jesolo, Heraclea, el Lido, Malamocco y Chioggia. Peor estos grandes arrecifes de arena, separados entre sí por angostos canales llamados "porti", estaban expuestos al ataque directo del Adriático, eventualmente también los abandonaron. En su lugar los refugiados se asentaron en las barrosas islas cubiertas de juncos de Rivo Alto, bien al interior de la laguna. Se descubrió que estas islas, que forman el corazón de la Venecia moderna, tenían una base de arcilla debajo del barro y juncos de la superficie, una que podría soportar grandes edificios. Los asentados clavaron inmensos pilotes de madera, alerces talados en los inmensos bosques de Cadore, en lo profundo de esta base arcillosa, arreglandolos en una configuración en espiral y luego pavimentando la superficie con tablas de roble y grandes piedras. En estas fundaciones únicas construyeron su ciudad, que era prácticamente invulnerable a los ataques porque sólo los navegantes expertos acostumbrados a las mareas y bajos de la laguna podían evitar encayar en el planicies de barro o ser barridos por las corrientes engañosas. Para proteger sus islas de las inundaciones, erigieron duras barreras hechas de enredaderas a lo largo del Lido y otras islas. 

Según Burckhardt, Venecia se reconoció desde el inicio cómo una "creación misteriosa y extraña . . . . el fruto de de un poder más alto que el del ingenio humano." La fundación de la ciudad se volvió el tema de muchas leyendas, una de las cuales decía que un grupo de paduanos desposeídos supuestamente pusieron la primera piedra en una isla elegida para ellos por Dios, "para que pudieran tener un asilo sagrado, inviolable en medio de las devastaciones causadas por los bárbaros." Escritores posteriores, cómo observó Burckhardt, atribuyeron a los fundadores de Venecia un presentimiento de la futura grandeza de la ciudad. Así Antonio Sabellico, escribiendo en el siglo quince,  hace que el sacerdote que presidía el acto de consagración clamara al cielo: " ¡Cuando después aquí intentemos grandes cosas, danos prosperidad! Ahora nos arrodilladamos ante un altar pobre; pero si nuestros votos no son en vano, o Dios, cien templos de oro y mármol se levantarán ante Ti". 

Los tempranos años de Venecia, nublados entre leyenda y la conjetura, son tan brumosos cómo la laguna durante un sirocco. Pero existe consenso entre los historiadores sobre la autenticidad y cronología de los eventos principales. Desde mediados del siglo quinto en adelante, los isleños se involucraron cada vez más en el comercio. Transportaban aceite, vino, y maíz desde Istria a Ravena y otras ciudades de la costa adriática. Pescaban y vendían el pescado. Extraían y exportaban sal marina. 
Gradualmente creció la importancia comercial de los pueblos de la laguna y se hizo necesario constituir un gobierno. En el 466 D.C. catorce años después de la caída de Aquilea, la gente de las doce comunidades más grandes de la laguna se reunieron para elegir a un tribuno, o representante, de cada comunidad, y así se formó un consejo ciudadano. En el 568 otra invasión lombarda forzó a miles más a dejar el continente, y la población de la laguna súbitamente se duplicó. Otra invasión lombarda más ocurrió a mediados del siglo séptimo, obligando al obispo de Altinum a llevarse a su congregación y reliquias e iconos desde el continente a la pequeña isla de Tocello, ubicada dentro de la laguna, donde fundó la catedral de Santa María Assunta, la evidencia más antigua de la vida temprana de los venecianos.

Al principio aclamados cómo salvadores, los soldados francos, que echaron a los lombardos de Italia, pronto demostraron ser los opresores más que los liberadores. Después de presentar formalmente al Papa los fuertes capturados - un gesto puramente diplomático registrado en el detalle del manuscrito arriba - los francos se dispusieron a conquistar al resto de la península. En tierra, los norteños  fuertemente armados eran virtualmente invencibles. Pero en el mar, sus trajes de cotas de mallas y cascos distintivos (abajo) no eran de mucha ayuda - y los bárbaros fueron derrotados decisivamente por los venecianos.

Cómo se podía esperar, surgieron envidias entre las varias comunidades de la laguna y su principales familias. Para mediados del siglo sexto, los venecianos habían adquirido el monopolio de la sal y el pescado salado en la costa adriática, y se desarrollaron feroces rivalidades entre los principales productores, viejos y nuevos.


Hubo presión de los recién llegados para aumentar el concejo; así, en el 584, doce tribunos más fueron elegidos para representar a la cads vez mayor población. Ellos y sus colegas le juraban lealtad al Imperio Bizantino, que recientemente había conquistado el continente inmediato - con ayuda de los venecianos - y establecieron una capital en la cercana Ravena. 

Pero mientras la población de la laguna crecía - principalmente debido a las invasiones lombarda del siglo séptimo - y al volverse más próspero y amplio su comercio, les quedó claro a los tribunos que hacía falta un gobierno más eficiente. En el 697, representantes de todas las comunidades de las laguna se reunieron en "concilio generalis", o "consejo general." Proclamaron que Venecia era una república,  crearon formalmente un cuerpo parlamentario, y eligieron a una cabeza del estado, que se llamaría "dux", la palabra latina para líder que posteriormente sería corrompida a "doge" en Venecia, y a "duque" en otras partes. El primer dogo fue el noble Paolucio Anafesto, un residente de Heraclea. Teóricamente él era responsable del consejo que lo elegía y era nominalmente súbdito del emperador bizantino, pero pronto comenzó a ejercer poderes más amplios e independientes. 

Pronto después de la elección de Anafesto, emergieron dos partidos políticos: un parido aristocrático, ubicado en Heraclea y compuesto mayormente por descendientes de refugiados del continente,  que se inclinaba hacia Bizancio y quería hacer al ducado hereditario; y un partido democrático, descendiente de los habitantes originarios de la laguna, que aspiraban a instituciones libres y se inclinaban hacia la iglesia y hacia su protector, el reino Franco. Este último partido fue defendido principalmente por el pueblo de Jesolo. Pronto apareció una amarga lucha entre ambos partidos y las comunidades que representaban. 

La llegada de los francos, que vinieron a Italia como resultado de una disputa entre el emperador bizantino y el Papa,  eventualmente determinó el resultado del conflicto. El monarca bizantino había roto con el Papa Gregorio II por la cuestión de qué imágenes debían ser veneradas en las iglesias, tras lo cual el Papa se acercó al rey lombardo, Liutprando, para atacar las posesiones bizantinas en y alrededor de Ravena. Liutpardo cumplió, y el gobernador bizantino fue forzado a refugiarse en Venecia, que aún era nominalmente súbdita de Bizancio. Al momento el Doge Orso lo puso de nuevo en su cargo, un miembro del partido heracleano y recibió cómo recompensa un codiciado título imperial.

Mientras tanto, el Papa se había alarmado por el crecimiento del poder lombardo que él había alentado, y se acercó a los francos para que sacaran a los lombardos de Italia. Pipino III, hijo de Carlos Martel, aceptó la petición, entró en la península y a la cabeza de las fuerzas francas, derrotó a los lombardos, tomó Ravena, y le presentó la ciudad al Papa. El aplastamiento final del reino lombardo en Italia lo hizo el notable hijo de Pipino, Carlomagno, en 774. Durante esta campaña los francos intentaron expulsar a los venecianos desde sus puestos comerciales en el continente. En respuesta los enfurecidos venecianos destruyeron un campamento franco y reafirmaron su lealtad a Bizancio. 

Sin embargo, para 774, el partido democrático pro franco se había vuelto bastante fuerte, y en las reuniones de la laguna se oponían enérgicamente a la continua asociación del partido aristocrático con Constantinopla. Un día el Dogo aristócrata pro Bizancio, Giovanni Galbaio, atacó la sede del patriarcado franco, lo capturó, y lanzó al obispo desde la torre de su palacio. 

Tan profundo era el afecto de los lombardos por su reina Teodolinda que se le permitió que mantuviera su corona después de la muerte de su primer marido y que eligiera a un segundo. Según el diario de Pablo el Diácono, un cronista contemporáneo, Teodolinda eligió para el honor a Agilulfo, el duque de Turín. Los vigorosos 25 años de reinado expansionista de Agilulfo son el tema de la decoración en cobre dorado del casco (más arriba ), que muestra a un rey entronizado rodeado por victorias aladas y portadores de tributos. La cruz enjoyada (abajo) es todo lo que queda de la corona funeraria de Agigulfo, que fue fundida. Felizmente la gallina de plata dorada con sus pollitos (arriba) - posiblemente creada por órdenes del Papa Gregorio I cómo regalo para la reina Teodolinda - se salvó de un destino similar.


Este patriarca asesinado fue sucedido por su sobrino igualmente pro franco, Fortunatus, quién asumió el liderazgo del partido democrático. El recientemente electo obispo y sus aliados rápidamente complotaron asesinar al dogo. Aunque sus planes fueron descubiertos rápidamente, y fueron obligados a buscar refugio en la corte de los francos. Después de este episodio la rivalidad entre los dos partidos y las comunidades que los apoyaban - Jesolo y Heraclea - se intensificaron. Los tribunos y dogos vivían con un temor permanente a ser asesinados, y sus temores bajaron un poco cuando la capital de la república de la laguna  fue movida al sur, a la supuestamente neutral isla de Malamocco.

Mientras tanto los francos, intentando subyugar a toda Italia, invadieron la laguna. Su flota, liderada por el hijo de Carlomagno, pronto capturó Chioggia en la costa sur, avanzó hacia el Lido, y asedió a la nueva capital en Malamocco. Los venecianos, enfrentados a este peligro, rápidamente movieron su capital hacia las islas del Rivo Alto, que estaban al medio de la laguna entre el Lido y el continente. Los francos intentaron tomar Rivo Alto, pero la astutos venecianos y la extraña topografía de la laguna resultaron ser demasiado para ellos. Según un cronista de la batalla, los venecianos atrajeron a la flota franca hacia un canal angosto, cuya entrada pronto sería bloqueada por la marea baja. Pronto tentaron a los francos a dejar sus barcos y bajar a una isla baja y arenosa donde se enfrentaron en una batalla inconclusa hasta que bajó la marea y los barcos francos quedaron encallados. En este punto llegó un refuerzo de venecianos. Usando botes especiales de fondo plano - prototipos de las modernas góndolas - destruyeron los barcos francos encallados, recogieron a sus compatriotas venecianos y se retiraron de la isla, dejando a los francos sin medios para escapar. Cuando subió la marea, se tragó a la isla y la mayoría de los francos se ahogaron. 

El triunfo veneciano quedó formalizado por el tratado firmado el 810, en el cual los francos reconocían a los venecianos como súbditos de Bizancio  - aunque en realidad su lealtad era solamente nominal - y les concedieran derechos comerciales completos en Italia continental.

La concentración de la población y el gobierno venecianos en las más protegidas islas del Rivo Alto, o Rialto como sería conocido, marcó el inicio de Venecia cómo un estado unido. La amenaza externa había hecho que el lugar y la gente se unieran; por primera vez en tres siglos los venecianos eran un pueblo. El triunfo le pertenecía al partido aristocrático, cuyo candidato, Agnello Partecipazio, se convirtió en el primer dogo en el Rialto. Uno de sus primeros actos fue ordenar la construcción del Palacio Ducal. Más tarde su hijo y sucesor, el Dogo Giustinian Partecipazio, transferiria el patronaje de la ciudad a San Marcos y ordenaría la construcción de la capilla ducal, para venerar las reliquias del nuevo patrón. 
Transferir el patronaje a San Marcos era un paso consciente hacia la unificación. El ex patrón era un santo griego, Teodoro, que simbolizaba la lealtad a Bizancio, pero las disputas entre las distintas comunidades de la laguna lógicamente dificultaron que todos los venecianos adoraran a este santo. El dogo encontró en el evangelista San Marcos a un santo limpio de las rivalidades venecianas. Más aún, según una leyenda, San Marcos en realidad tenía una asociación cercana con la laguna. 

Para reafirmar la difícilmente ganada independencia - tanto de Bizancio cómo de los francos - el segundo duque del estado veneciano unido transfirió el patronaje de la ciudad desde San Teodoro, un santo griego cuyo símbolo era el cocodrilo, a San Marcos, cuya asociación con la comunidad de la laguna era más fuerte. Aunque la presencia de San Teodoro aún se siente en Venecia; una columna (arriba) con su imagen se erige hoy sobre la "Piazzetta", unos metros más allá hay otra columna, esta vez con la estatua del León de San Marcos (abajo).



Esta leyenda decía que San Marcos, en su viaje desde Alejandría para predicar en Aquilea, había sido atrapado por una fuerte tormenta que lo obligó a refugiarse en una de las islas de la laguna veneciana. Mientras estaba en tierra, se le apareció un ángel y le dijo: "Que la paz sea contigo, Marcos, mi apóstol." Esto fue tomado cómo una profesía de que los restos mortales del santo debían tener su lugar de descanso final en Venecia a pesar de que él volvió luego a Alejandría y falleció ahí. 

Ochocientos años más tarde, unos venecianos que comerciaban en Alejandría se metieron de noche al sepulcro donde yacía el cuerpo de San Marcos, pusieron los restos del santo en una canasta, lo cubrieron con repollos y carne de cerdo, y lo sacaron de contrabando. La carne de cerdo era para desalentar la detección, ya que los seguidores de Mahoma consideraban que el cerdo no era limpio, y por lo mismo no se acercaron. En el viaje de vuelta a Venecia, brotó una furiosa tormenta en la tarde, que llevó al barco hacia un arrecife. La leyenda dice que el barco estaba a punto de chocar cuándo se levantó San Marcos, despertó al capitán, y le advirtió sobre el peligro, que fue rápidamente reconocido. 
El resto del viaje se cumplió sin percances, y San Marcos encontró la paz que hace tiempo se le había prometido. 

Después de construir la capilla para albergar los restos del santo, el aniversario del entierro de San Marcos en Venecia se convirtió en un evento cívico bien importante para las niñas en edad de casarse. Llevando con ellas sus dotes, iban a la iglesia de San Pietro di Castello, que estaba en una pequeña isla al este de la ciudad, para una ceremonia formal de compromiso con sus amantes. En el día de San Marcos de 944, piratas de Trieste irrumpieron en la iglesia durante la ceremonia, capturaron a las novias y a sus dotes, y las llevaron de vuelta a sus botes. El dogo de inmediato llamó al pueblo a las armas, y los vengadores iniciaron la persecución, derrotando a los piratas, y volviendo triunfantes con las novias y sus dotes. Para conmemorar la violación y rescate de las novias de San Marcos, los siguientes dogos iban a la iglesia de Santa María Formosa en el día de la Purificación de la Virgen. Ahí a doce niñas de familias tan pobres que no podían costear una dote, se les entregaban dotes financiadas por la comunidad. 
La Capilla Ducal, que protegía las reliquias de San Marcos, fue iniciada el año 830 - y fue destruida por un incendio el año 976 cómo protesta contra el intento del entonces dogo de suprimir al consejo de representantes de la ciudad. 
Dos años después se inició una nueva iglesia, también de estilo románico-bizantino. Esa estructura estaba destinada a convertirse, tres siglos más tarde, en la gran basílica de San Marcos. En esta época al ciudad había adoptado como su emblema al león alado - símbolo de San Marcos - que agarraban un libro con la inscripción "Pax Tibi Marce Evangelista Mea". Con los siglos el Leon de San Marcos se convertiría en un sinónimo de Venecia; se mostraría en todo, desde el Palacio Ducal y el Arsenale hasta en los mangos de las dagas y las cubiertas de los libros de oración. 

A través del caótico, violento siglo diez la mayoría de Europa sufriría de un estancamiento económico y cultural y agitación política sin sentido. Hasta el alguna vez poderoso imperio de Carlomagno se caería pedazos. Venecia era la excepción a la regla. Durante la llamada edad oscura, Venecia se expandió hasta ocupar todas las islas del Rivo Alto, el comercio veneciano se expandió dramáticamente, la arquitectura floreció cómo en ninguna otra parte de Europa, los puestos comerciales en el continente proliferaron, y unas cuantas familias de nobles mercaderes comenzaron a acumular grandes fortunas que los convirtieron en los primeros verdaderos capitalistas del mundo post romano.

Estos capitalistas aristocráticos  - únicos en Europa, ya que los nobles del norte de Europa despreciaban el comercio - inevitablemente chocaron con los duques, que habían llegado a tener un poder casi absoluto. (De hecho, tres familias ducales, los - Partecipazi, los Candiani, y los Orseoli - trataron de convertir al ducado una soberanía hereditaria. Cada intento fue vigorosamente resistido, no por el pueblo, sino que por los ricos aristócratas.) En la época, los ricos aristócratas eran una elite, que buscaba quitarle cada vez más poder al duque para repartirselo entre ellos. Así estaban puestas las fundaciones para el ascenso gradual de la aristocracia veneciana, un proceso que vería a estos ricos patricios convertirse, por un tiempo, en el grupo de hombres más poderoso de Europa.

Durante la última década del siglo décimo el duque aún tenía un poder enorme, sin embargo los tiempos eran tan peligrosos, que incluso los aristócratas agradecian que lo tuviera. Durante años los Narentinos un pueblo dálmata, había navegado a través del Adriático y asaltado la islas de la laguna veneciana, robando, matando, destruyendo. 
Esta amenaza se volvió tan grande que el duque, quién ejercía casi el control total de la defensa y la política extranjera, fue forzado a crear una flota de guerra. Pero incluso una armada demostraría no ser suficiente para proteger a la ciudad de la piratería, ya que la riqueza de Venecia se había vuelto legendaria en el Adriático, y cada vez los menos prósperos querían una parte. 

Para el año 997, los asaltos se habían vuelto tan frecuentes y tan destructivos que el duque Pietro Orseolo II se decidió a ponerles fin de una vez por todas al atacar las fortalezas de los asaltantes en la costa dálmata. Al mando personal de la flota veneciana, Orseolo irrumpió y capturó los fuertes de Curzola y Langosta, fuertes ubicados en riscos aparentemente inaccessibles, y pronto obtuvieron el control total de las costas de Dalmacia y Croacia. Volviendo a Venecia Triunfante, el duque guerrero se premio a sí mismo con el resonante título de Duque de Dalmacia y Croacia, que luego fue reconocido por los emperadores alemanes y bizantino. 

El Adriático se había vuelto un lago veneciano. Para conmemorar su victoria, el duque Orseolo navegó en el Día de la Ascensión del año siguiente, dejando su galeón cerca de uno de los canales que unían a la laguna con el Adriático, y vertió una libación a las aguas en la primera ceremonia del Matrimonio con el Mar. 
Esta solemne unión duraría más de siete siglos. 

Dos años después, en el año 1000, el soberano más poderoso de Europa, el emperador del Sacro imperio Romano Otto III, viajó a Venecia y se encontró con el duque Orseolo - ahora llamado Orseolo el Magnífico - En su suntuoso Palacio nuevo. Después de varios días de negociaciones el duque obtuvo importantes concesiones comerciales de parte del emperador,  junto con una nueva fama, y un prestigio vastamente incrementado. La improbable república, formada por refugiados desposeídos en islas inhabitables, había sido aceptada cómo una de las grandes potencias de Europa.